Catherine Salamanca Ballesteros
Agradezco a la comisión de carteles por la invitación a participar el día de hoy, me acojo al nombre de este encuentro “Una experiencia de cartel”, quizá las siguientes líneas responden en parte a mi experiencia como participante del Cartel Posición del psicoanalista en Colombia hoy, también agradezco a cada uno de los miembros del cartel por sus provocaciones, por enriquecer el trabajo decidido. Recordando una entrevista en la revista Panorama y cuyo texto se encuentra en Lacaniana 22, Lacan afirma El psicoanálisis es una práctica que se ocupa de lo que no anda. Terriblemente difícil, ya que pretende introducir lo imposible, lo imaginario en la vida cotidiana.
La pregunta que me sigue acompañando hace referencia al lugar del analista en la sociedad y a su vez si la formación trae de suyo una postura de psicoanalista ciudadano.
Lacan en los Escritos cita a Ella Sharpe, quién afirma “El psicoanálisis deja de ser una ciencia viva cuando la técnica deja de ser un arte”, me quedo con la última parte de la frase, la técnica como arte, como construcción de un saber hacer; y esto me lleva a preguntarme por el saber hacer del analista ciudadano.
Siguiendo a Eric Laurent, menciona que los analistas no sólo han de escuchar, también deben saber transmitir la humanidad del interés que tiene la particularidad de cada uno. En ese orden de ideas, esta podría ser una responsabilidad del analista, transmitir lo fino de una escucha analítica centrada en la singularidad, esto, qué generará en la ciudad un movimiento de escucha diferente.
Retomando el Factor C al que hace referencia Lacan en Los Escritos, el factor cultural que determina la acción del analista. La implicación del analista en la ciudad se encuentra asociada a la acción. Un analista no deviene por el conocimiento espitémico, viene por el cambio de posicion subjetiva de su propio análisis. Si está en posicion de analista, algo puede decir siempre.
Miller afirma “el lazo social es el síntoma”. No hay lazo social por fuera del síntoma, no hay forma de vincularse que no sea sintomática, es decir que pudiera estar libre del goce más particular de cada uno. Y, justo porque el síntoma está presente en todo vínculo humano, el malestar en la civilización es ineliminable. En ese orden de ideas, el malestar persiste, sin dejar de lado el goce y sus diferentes expresiones. Por eso, cada vez más, el problema para la política no es ni la atención a las necesidades, ni el permiso de los goces, sino su articulación.
Que más propio que el síntoma, y a la vez, lo que permite hacer vínculo social, porque el síntoma incluye la dimensión del Otro. Las nuevas formas de presentación del síntoma son las nuevas formas de lazo social. Siendo así, los movimientos del síntoma pueden estar relacionados con un hacer, con un saber que tenga efectos en lo social.
Evidencio que la acción lacaniana debe sacar así las consecuencias prácticas, en cada coyuntura y problemática social, de lo que el acto psicoanalítico pone en juego en la práctica analítica. No es pues una acción dirigida por una ética de las intenciones, más o menos buenas, más o menos fundadas en el ideal del bienestar social, sino una ética de las consecuencias, no siempre fáciles ni agradables de extraer, de la función que el objeto causa del deseo tiene para cada sujeto. Así bien, es fundamental despojarse de una cierta automatización, incitando a la creación de nuevos dispositivos con el objetivo de despertar al psicoanalista. Me pregunto ¿la acción lacaniana es singular, es una acción de escuela, es una acción de analistas que resuenan con algunas contingencias y acontecimientos propios de la época?
Anaëlle Lebovits en Lacan Cotidiano, escribe un texto sobre Política Lacaniana en el que menciona que los psicoanalistas son también ciudadanos. Sin embargo, la experiencia psicoanalítica permite: ser sensibles a lo que el espíritu de la época pone en juego; saber que la inacción y el silencio también son respuestas, las contingencias de una época marcan singularmente. Por tanto, no puede separarse la posición de analista de la posición ciudadana, ya que, ambas cosas no escapan al modo de goce que se refleja en ellas.
La formación implica una inmersión, trazar su vía propia, no es una forma escalonada por años o semestres, es una formación de un saber que se encuentra agujereado, que a su vez puede permitir una lectura frente a los impasses y contingencias propia de la época. En “un esfuerzo de poesía”, Miller menciona la necesidad de situar el lugar del analista en la sociedad en posición de exterioridad, de “extimidad”, incluso, en relación a los significantes amo de la época, ya sean los que orientan el control del vínculo social o los que rigen las identificaciones grupales.
Enunciando “tomar el lugar que corresponde en el mundo” citando a Lacan, Anna lebovitz dice: Cada uno de los ataques más o menos dirigidos, cada uno de los discursos que van contra él, sea a propósito o por accidente, son así ocasiones en las que los psicoanalistas pueden abordar para experimentar o comprobar sus tesis, inventar lo que debe ser inventado, leer de otra manera lo que ya ha sido leído, dicho de otro modo, mantenerse vivos y en lo vivo.
La posición de analizante permite encontrar la lógica de algunas decisiones y de posiciones en la vida, es lo que abre a la posibilidad de salir de la repetición de lo peor, un encuentro con lo real. Quizá el diálogo con otros saberes pueda también ser orientador, reconociendo el saber agujereado y poroso propio del psicoanalisis. (No -todo).
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Lacan, J. (1953). Función y campo de la palabra y del lenguaje. En: Escritos. Argentina: FCE.
Miller, Jacques Alain. “Intuiciones Milanesas I”, Cuadernos de Psicoanálisis, 29, p. 27.
Lacan, “Lituraterre”, en Autres écrits. Éditions du Seuil, París, 2001, p. 18