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Relato de un buen final

Carla Bravo-Reimpell

Convocada a esta, nuestra última reunión, me conecto sin tener idea, sin haberme preguntado
siquiera de qué vamos a hablar. Estamos por cerrar un cartel que no ha transcurrido sin
tropiezos. El Más-Uno me sorprende con una invitación muy sencilla, quizás obvia: hablar
de la experiencia de cada uno en el cartel, llamado hecho por la sede y nombrado con el rasgo
“Política Lacaniana”.

La conversación comienza con la puesta al trabajo de dos significantes: “impasse” enlazado
con una “interrupción” que repercutió al interior del cartel. Tomo la palabra, tomo también
el significante “interrupción”, pero para ponerlo en contexto con mi propio impasse en
relación a este cartel. Lo nombro “interrupción ante el bien decir”. Me piden que trate de
explicarme mejor, no me hago entender. Intento reflexionar un poco sobre un momento de
inflexión para mí en el cartel, relacionado a una situación puntual de xenofobia hacia los
venezolanos en Colombia que ocurrió el año pasado, y la implicación que tuvo en mí:
detención en el decir al interior del cartel. Detención que se tradujo en el esfuerzo de darle
curso a eso que me mortificaba haciendo uso de otras vías: escribí y puse a circular lo escrito
con algunas personas. Lo envié también a los responsables del Blog Zadig La Movida Latina,
quienes luego de su aprobación, me comunicaron que sería mejor posponer su publicación:
para ese momento, ya Colombia comenzaba a estar sumida en lo que serían largos meses de
confrontación política.

Se introduce en la discusión que estamos sosteniendo, como en anteriores ocasiones, la
indicación que señala lo delicado de poner al diálogo estos aspectos de la política que
competen al orden social; incluso entre aquellos que en apariencia hablan una misma lengua
y comparten un mismo continente. Trae entonces Lizbeth una maravillosa anécdota, que es
mucho más que una anécdota: se refiere al pronunciamiento del recién nombrado para el
momento ministro de Defensa de Colombia, en marzo del 2021, cuando calificó de
“máquinas de guerra” a los niños reclutados por la guerrilla, luego de un bombardeo a uno
de sus campamentos en el que resultó muerta una menor. Ante el hecho, Lizbeth se comunica
con Miller para plantearle su preocupación, y éste le propone algunas acciones posibles, en

tanto “no hay que exhibir la impotencia”. Lizbeth acota: “habría que elevar esto al nivel de
un principio de la política lacaniana”.

Pienso que no hay que perder de vista lo delicado de la apuesta que implica el someter a la
conversación -e incluso a la acción- lo individual desde lo colectivo; esto en tanto, como
señala Miller, “…el analista sería aquel cuya responsabilidad con respecto a su palabra es
radical. Esto quiere decir que no sólo tiene que responder por lo que dice sino también por
lo que da a entender, y lo que da a entender le corresponde calcularlo” (1). Sin embargo,
creo que si la Política Lacaniana se entiende desde la política en el psicoanálisis y desde la
política en la cura pero no sin la política en general, estos tres sentidos no pueden estar
desconectados entre sí, o ausente alguno de ellos. Habría que entenderlos en su imbricación.

Entonces, me pregunto por qué no pusimos al trabajo antes en el cartel el tema de “los niños
como máquinas de guerra”, como tampoco nos servimos a mí entender de los sucesos de
confrontación política de Colombia para nutrir nuestras discusiones sobre Política Lacaniana.
En “Cinco variaciones…” Miller nos recuerda que “… cuando un cartel se termina con, por
todo resultado, ‘algo que no se puede decir’ […] eso me parece el signo de que ha habido
un amo al principio, del que no se han desembarazado. No veo en absoluto, en el hecho de
esta impotencia, la prueba de que tendríamos ahí un cartel excelente” (2). El término
“impotencia”, esa que no habría que exhibir, nos cuestiona como cartelizantes: nos conduce
a preguntarnos si un amo -que es propio, sostenido por cada uno, en última instancia
responsabilidad de quien consiente a él- entorpeció el trabajo en el cartel, y de ser así, a poder
dar cuenta de cómo llegamos a desembarazarnos de él y de la impotencia que conlleva.

Por último, en relación a la acción del analista en el hecho político que acontece en lo social,
queda en mí el eco de las palabras de Alejandro Reinoso en su testimonio a la Comunidad
País de Colombia: “Me parece que en términos de la acción lacaniana en el campo político
-no en el trabajo en las instituciones- estamos, lo voy a decir así: un paso atrás, o en un paso
aún por dar, en un tiempo anterior a la altura de la época” (3); paso que por supuesto no
implicaría creer que existe el recorrido magistral, logrado en su plenitud, en el tratamiento
del malestar en la cultura. Se trataría entonces de un paso más modesto si se quiere, pero no
menos contundente: un bien decir que perturbe la impotencia.

Referencias:
(1) Miller, J.-A., “El sintagma partenaire-síntoma”, El partenaire-síntoma, Paidós, Buenos
Aires, 2010, p.10.
(2) Miller, J.-A., “Cinco variaciones sobre el tema de ‘La elaboración provocada’”.
https://www.wapol.org/es/las_escuelas/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4&intPublica
cion=10&intEdicion=3&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=295&intIdiomaArticulo=1
(3) Reinoso, A., Testimonio “El malestar en la cultura en el diván y fuera de él”, 2021,
inédito.