Carlos Andrés Méndez
El trabajo de cartel se orientó bajo el interrogante en la constitución del odio en el ser humano a través de un grupo focal, teniendo como premisa los fragmentos de discurso en relación a dicho significante logrando algunas aproximaciones psíquicas en su comprensión, entre ellas, el estado de alienación, el yo paranóico, la ambivalencia afectiva y el sentimiento de culpa, éste último fue el hallazgo fundamental en torno a los elementos intrínsecos del odio en la subjetividad como fenómeno social.
El odio constituye una entrañable honestidad en el lazo social, sus desargas excesivas dan cuenta de su existencia como fuerza que subyace en la consciencia lo que pone de relieve un estado de alienación en tanto no se es verdadramente libre y a su vez expone que se es o existe donde no se piensa, en tanto, tiene un saber que ignora que lo hace entar en contradicción consigo mismo (sin-sentido) un: “no es para tanto”. Ese saber ignorado no se puede educar porque no hace parte de lo que se debería ser sino de lo que no se quiere saber (inconscientemente), es lo alienante que lo divide
En esta perspectiva, Miller (2015) señala que el hombre está fundamentalmente dividido por el semejante, de modo que se siente agredido con respecto al otro y con respecto a sí mismo (p.38), es una relación especular de rivalidad, que se atribuye al verdadero mecanismo común del yo, que el yo es un principio de desconocimiento paranoico, un menos de conocimiento (Laurent. 1991. p.38), de modo que el hombre se defiende bajo reacciones agresivas como el insulto, el chiste descarnado… son el influjo de la rivalidad imaginaria, éste sería el desconocimiento (ICC) que se manifiesta como odio: “La gente cree que se va a burlar de mí, les demuestro que no…”
En este sentido, las manifestaciones agresivas tienen la modalidad en el vínculo social, sus resortes psíquicos están en relación con el otro; es así, que la imgen de sí mismo emerge alienada en la imagen del otro: yo soy el otro (López. 1998. p.49), esa instauración del otro, es lo que se desconoce insconscientemente y se proyecta en el otro, por ejemplo; un rasgo, algo que se experimentó y se reaviva con la presencia de la persona, pero finalmene no sabe lo que lo causó, incluso, sin conocerle se le quiere expulsar, es como una forma de odio a primera vista. Es así, que se requiere un esfuerzo de tolerancia al desenfreno, debe renunciar a la agresividad e implica al mismo tiempo un riego porque se puede desengatillar ante lo inesperado, como una mirada, el tono de una palabra, hasta con la indiferencia “odio que me ignoren”. Esta condición psicológica de privación no es gustosa y en dicha labor fracasa, las evidencias son notables en el lazo social.
La renuncia de satisfacción alude a la interdicción del incesto, elemento que plantea Freud (1924) en el Complejo de Edipo, en tanto, privación de goce. Está sofocación sexual funda la sociedad al tener que conformar otro clan fuera del propio. La renuncia no es sin consecuencias, tendrá como saldo el odio (pero no será el único). Aspecto paradojal que, aquello que funda la civilización es al mismo tiempo el riesgo en el lazo social, de ahí, que Lacan (1981) dirá que ya de sobra somos una civilización del odio.
Lo anterior; ubica la ambivalencia afectiva desde el seno de lo familiar situando el mito de Tótem y Tabú propuesto por Freud (1913). El parricidio configura al padre en Tótem, una ley a obedecer. El odio satifecho por el asesinato del padre retorna a posteriori en amor, se ama y se odia al padre. Este encuentro ilustra la ambivalencia en la relaciones de pareja (padre-hijos, conyugales…) en la que se ama y se odia al íntimo, es así, que surge otro resorte psíquico en los actos que tienen como escenario el odio.
El íntimo implica una experesión de límite, representa la diferencia y esto es fundamental para el narcisismo que busca reafirmarse y vive lo distinto como una desaprobación a su valía al configurarse como amenaza, es una forma de interferencia narcisista, en otras palabras; cualquier desviación a la manera propia de percibe como agresión así sea imaginaria ante la impotencia que sirve de alimento a la agresividad “golpe con golpe yo pago” – “desde pequeña me dicen que no me deje…” La tolerancia, estaría ligada con el atrevasamiento del Complejo de Edipo para soportar la diferencia, en tanto ley que el otro representa una demarcación a nuestra manera de gozar.
Las privaciones pulsionales sitúan al odio como afecto primario, sin embargo, se presenta un segundo afecto, el sentimiento de culpa, como lo señala Jones (1929): Es curioso y parece paradojal, que se pueda aliviar la culpa exhibiendo precisamente aquello (el odio) que fue la causa generadora de la culpa misma (p.8), Este hallazgo, ilustra que la culpa como sentimiento oculto en la consciencia el sujero en su intento de librarse de ella la proyecta hacia el exterior bajo el disfraz del odio. Una forma de verificarlo es la poca tolerancia a la crítica o juicio s de valor en la medida que estos dilemas morales constituyen una amenza para su personalidad.
Siguiendo el artículo de jones Temor, culpa y odio (1929) sobre el disfraz del odio refiere que:
Hemos visto cómo diversas manifestaciones del impulso del odio pueden encubrir tanto a la ansiedad como a la culpa, aunque hay motivos para suponer que, en todos esos casos, existe debajo de estas últimas otra capa aún más profunda de odio. Es sumamente probable que la más superficial de dichas capas derive de la más profunda, lo que permitiría considerarla, desde cierto punto de vista, como una irrupción de aquello que había sido reprimido.
Se entiende en Jones que el odio encubre la culpa a causa de la represión de las mociones pulsionales, en este orden, Freud (1930) va a señalar que las agresiones suspendidas (no consumadas) mudan como sentimiento de culpa porque van a instalarse en el superyó, lo cual implica que no es necesario el asesinato del padrecon la intensión es suficiente para devenir la culpa por la instancia de la ambivalencia afectiva, se puede señalar “que la intención es lo que vale…”
La culpa como instancia moral es poco racional, es un saber que no se sabe, enunciados como “no sé por qué me caen mal algunas personas”, “lo que me hizo no es para que lo odie tanto”, “no sé qué me pasa, siento que odio con mucha facilidad y entonces le caigo mal a todo el mundo”, como lo referencia Jones, son formas de aliviar la culpa pero, no es la única manera. En los fragmentos discursivos vemos una búsqueda de castigo inconsciente en el mundo exterior, sobre el asunto, el castigo tendría la función de mitigar la autopunición, intolerable para el yo, como lo afirma Jones, el sujeto tolera mejor el odio y el temor que el sentimiento de culpa (1929. p 48).
Coligiendo este desarrollo sobre el odio, se puede afirmar que éste ocupa un lugar central en la vida del ser humano del cual no sale victorioso al verse dominado por este afecto. Izcovich, (2018) retoma la tesis de Descartes sobre el “saber y las pasiones” en el que afirma que “los hombres no saben de las pasiones ni buscan liberarse de ellas. Para él, las pasiones del alma son las pasiones de los pensamientos que el alma no dirige… son pensamientos que vienen del cuerpo”, de modo que entiende en Descartes, que “las pasiones están en posición de mando, no escapan, y la manera de no sufrir sus efectos negativos es el saber. En la pasión, entonces, no se es amo” (p.35). En este punto dejamos a manera de hipótesis el saber como una posible salida a este afecto, entendiendo el saber no desde el orden enciplopéido y “conocete a ti mismo”, sino, saber eso que se resiste a estar en la consicencia, lo reprimido, aquello que pareciera no tener un registro mnémico pero que surge cuando menos se lo espera y que salen fragmentos en el grupo focal de la siguiente manera: “no le quería decir eso a mi pareja, lo trate mal…”, “ese no era yo”, “yo no soy así”, “me equivoqué y no quería hacerlo, pegarle y lo hice”… Ese “no” es la manifestación inconsciente (pulsional) bajo la forma de negación a manera de defensa: “No (soy yo)”.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Descartes, R. (1997). Las pasiones del alma. Colección clásicos del pensamiento. p 17.
Freud, S. XIII. Tótem y tabú. (1913 – 1914) En Obras Completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1976
Freud, S.XIX. El yo y el ello, y otras obras. (1923 – 1925) En Obras Completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1976
Freud, S. XXI. El malestar en la Cultura (1930 – 1931). En Obras Completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores. 1975.
Izcovich, L. (2018). “El odio, una pasión diferente de las demás”. Desde el jardín de Freud 19: 33-46, doi: 10.15446/dgf.n19.76693.
Jones, Ernest. Temor, culpa y odio. Revista de psicoanálisis. Asociación Psicoanalítica Argentina (Vol. V, Nº 3, Año 1947-1948). Artículo leído el 27 de julio de 1929 en el XI Congreso Internacional de Psicoanálisis, realizado en Oxford.
Lacan, J. (1981). El Seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós. p. 403
Laurent. E. (1991).”La tesis IV de la Agresividad en psicoanálisis” en: Jacques-Alain.
López. Y. (1998) La agresividad, entre la intención y la tendencia. Revista colombiana de psicología. Universidad Nacional de Colombia. N. 7. Pág 49
Miller, J. (2015). Agresividad y pulsión de muerte, Fundación Freudiana de Medellín. pág 38.