Miguel Gutiérrez Peláez, febrero 2021
La experiencia en el cartel “Posición del psicoanalista en Colombia hoy. Lo social y lo analítico”, en el que ejercí como +1, me permitió avanzar en el esclarecimiento subjetivo de ese quiasma entre intensión y extensión. La pregunta que me animó, a saber, ¿cómo opera el deseo del psicoanalista en lo político y lo social?, tuvo diferentes momentos. Inicialmente, me ocupó la pregunta sobre cómo hablar con el otro social. Pude revisar, documentar, pensar y presentar en diferentes espacios de la sede aspectos centrales y actuales de la posición del psicoanalista frente a lo político y lo social. Miquel Bassols, retomando la frase de Lacan de 1953, dice: “Allí donde está la subjetividad de la época, allí el analista debe advenir […]. El analista debe saber atrapar los efectos de la subjetividad de la época y estar a la altura de ellos”. El trabajo de JAM en “Punto de capitón” (2017) sobre el llamado “Año Cero” de la AMP fue nodal en este primer momento de elaboración. Además de la “irrupción en la plaza pública” de los psicoanalistas franceses, revisé los avatares políticos de los psicoanalistas de la primera y segunda generación (Freud, Fenichel, Ferenczi, Spielrein, Reich, entre otros), sus distintos proyectos de intervención en lo social más allá del consultorio (en proyectos como las policlínicas en Europa), el activismo político de algunos y la valentía y riesgo asumido por otros (como tantas mujeres en Hungría) que mantuvieron vivo el psicoanálisis ejerciéndolo en aquellos países en que se había prohibido expresamente su práctica.
Todas estas evidencias minan la idea del psicoanalista neutral al interior y al exterior de la clínica del consultorio y silencioso ante lo político. Lacan, en su retorno a Freud, subvierte estas posiciones. El psicoanalista no es pasivo, sino que elije, decide, toma posición, ya que lo habita un deseo impuro, pero resuelto, que es el deseo del psicoanalista. Es activo, vivo; su neutralidad benevolente, su gleichschwebend, no es para dormir detrás del diván. Laurent, en “El analista ciudadano”, se refiere a un “decir silencioso”, que es distinto al de un psicoanalista que se queda en silencio o cuya palabra es borrada del discurso social.
A pesar de la actividad política de los psicoanalistas de las generaciones que lo antecedieron, Miller no vacila en decir que la colisión de los psicoanalistas franceses contra la candidatura de Marie Le Pen es inédita en la historia del psicoanálisis. Se entiende, de sus planteamientos, que no es un llamado al activismo político, sino un llamado al psicoanalista; no invoca a la persona del psicoanalista, sino al psicoanalista en su función.
En pleno trabajo de nuestro cartel, nuestro país fue atravesado por una crisis. Se presenta un levantamiento social y la ciudadanía, principalmente los jóvenes, salen a las calles. Hay angustia en la ciudad y en la comunidad de analistas y nos reunimos en diferentes momentos a poner a circular la palabra frente a lo que agobia, en tiempo real, a los sujetos de nuestro país. El deseo del psicoanalista, su “resolución”, Entschlossenheit para usar el término heideggeriano, se hace determinante en la operación.
Mi deseo como analista, en el quiasma entre intensión y extensión, recibió su llamado por un dispositivo que no sé si inventé o fue armándose con las palabras de un grupo de periodistas que me convoca para que los escuche. La dificultad de su trabajo, y el punto de impacto en cada uno, pasaba por diferentes lugares: primero, su trabajo recogiendo testimonios en el contexto de la violencia en Colombia, luego los efectos la pandemia y, posteriormente, el levantamiento social y el riesgo de muerte de sus compañeros, la persecución de la que eran objeto y el miedo al que estaban siendo sometidos.
Es evidente que no es cualquier trabajo el de estos periodistas. Se ocupan de documentar masacres. Han sido objeto de seguimientos por parte del ejército, tanto a través de sus dispositivos móviles, redes sociales, como en seguimientos en espacios públicos y en las calles. El dispositivo grupal les permite un lugar no solo para hablar de lo que no han hablado, sino para que escuchen lo que dicen en lo que hablan, y eso ha ido produciendo efectos. Algunos han podido ubicar que no pueden continuar operando sobre ese delgado filo entre el heroísmo y la desesperanza. En los encuentros grupales se habla de su trabajo, pero no solo de él. Hablan también de sus impasses amorosos y en la relación con el otro, sobre el modo como procesan sus pérdidas y sobre la manera como la intensidad de su trabajo es a la vez obstáculo y defensa frente sus ideales en el amor.
Lo que he podido ir formalizando de la lógica que me orienta en el trabajo con ese grupo es lo siguiente: 1. Sacudir los efectos nocivos de la identificación de grupo; 2. Si bien hay intereses comunes y una línea de trabajo compartida, a cada uno lo convoca algo singular para estar ahí (la pregunta por la satisfacción de cada uno en su trabajo, la dimensión de la causa de deseo para cada uno); 3. Cuestionar la dimensión sacrificial/superyóica que los lleva a no poder parar de trabajar o desconectarse nunca; 4. Rescatar lo que aporta el que sean un grupo, que no están solos y cuentan con otros; y, 5. Extremar el cuidado de la palabra del otro, respetando y acogiendo lo que el otro dice. Es un dispositivo grupal, pero orientado por una escucha singular.
Hay otras orientaciones para este dispositivo. Sostenerlo implica hacer escuchar lo no escuchan en su decir. Es hacerles escuchar no lo que uno quiere, sino lo que ellos mismos dicen y no saben que dicen. El acento está en el hacer emerger al sujeto en sus dichos, el no-todo erosionado por la violencia padecida, lo singular del acontecimiento que hace marca en el cuerpo del sujeto y a la invención posible para el saber hacer con lo real. No se trata de ninguna manera de exponer algo íntimo de un sujeto al grupo, sino que hay un gran cuidado con eso. En algunos casos, el dispositivo mismo se ha mostrado insuficiente y ha llevado a algunos de sus miembros a buscar espacios individuales y eventualmente iniciar un análisis. Ese pedido de análisis surge a su vez como un efecto de la división subjetiva ocurrida en el dispositivo grupal. La escucha y dinámica de trabajo con el grupo implica, además, el poner a cada uno en el lugar de sujeto. Hay un esfuerzo por despejar al sujeto del grupo, deshaciendo algo del fenómeno grupal que puede ocultarse en identificaciones. Por último, diría que en algunos momentos se ha visto que hay conceptos psicoanalíticos que pueden proveerles elementos para pensar e intervenir en lo social. En el trabajo con la palabra, el permitir que la palabra circule, favorece que el significante, pasando por el otro, produzca una nueva significación.
Mi operación como psicoanalista en este espacio es lo que me retorna como respuesta a mi pregunta por el deseo del analista puesto al trabajo en lo social, es un efecto de formación que no es sin el trabajo en el cartel. Se abre una perspectiva y orienta un camino para el psicoanalista en lo social.