Leidy Johana Hurtado
El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños.
Elsa Triolet (1896-1970) Novelista francesa.
Un bien decir que ocupa el lugar del saber, en donde las palabras dichas tienen efectos y consecuencias. Algunas palabras llegan siempre a su destino y otras no. Una palabra no dicha suele convertirse en un silencio que agujera, y que posiblemente hace estragos tanto en lo imaginario, simbólico y real. Las palabras y letras atrapadas en el sujeto retornan en forma de pensamientos recurrentes que quieren ser expresadas e insisten constantemente en inscribirse en la vida del sujeto, pero no son dichas por algún motivo. Tales palabras pueden asumir formas mortíferas, hablar por el cuerpo y convertirse en un síntoma metaforizado al pie de la letra que aparece en el lugar de lo no dicho. Pueden llegar a ser palabras que reducen el cuerpo a una palabra, o ser palabras que dan cuenta de un ignorado goce horroroso, palabras que hacen acto, palabras que liberan, pero en todo decir hay siempre una palabra que no puede ser dicha.
El odio; una pasión del ser usualmente estigmatizada por la religión, vista desde lo moral y juzgada por su misma connotación, pero ningún ser humano se libra de sentirla desde muy temprana edad. Se podría decir que “Odiamos a aquello que sentimos que nos produce un intenso daño, y la intensidad de nuestro odio será proporcional a los daños vividos en el pasado” (Rivera, 2020). El odio hace parte de lo real, un sentimiento que, aunque tal vez se quiera expresar en palabras, estas últimas no alcanzan a dimensionar lo real de ese odio. Igualmente, el odio podría estar entrelazado con el goce del que guarda la palabra, el goce de dejar al otro con el deseo de escuchar algo que de alguna manera lo sujete, pero queda barrado por la palabra no dicha.
Así mismo, el odio puede conllevar a la destrucción del objeto que origina esta pasión; en algunas ocasiones este deseo de destrucción al objeto de odio se puede ver reflejado en la parte onírica (llegando a ocasionar una corta liberación del ser, sentir placer por destruir ese objeto de odio así sea solo en un sueño, salir vencedor de su propio deseo). En muchas situaciones es tanta la pasión de odio hacia el objeto, que se puede consumar su destrucción en la realidad, pero lo que no se tiene en cuenta es que ese odio, no va a destruirse junto al objeto, puesto que el odio puede incluso sobrevivir a la eliminación de su enemigo y perseguirle más allá de la muerte.
Ahora bien, ¿dónde queda la palabra en el odio?, ¿dónde quedan las palabras que representan ese real que de alguna manera se busca evocar?, ¿dónde queda la palabra que aliena al ser a un sentido del cual uno mismo se puede sentir prisionero? Si bien hablamos de la palabra no dicha en el odio; y si al evocar esta palabra de alguna manera se libera o nos sentimos prisioneros del ser, la ausencia o silencio de esta también puede agujerar el ser. Si decimos que el silencio es la posibilidad para que algo sea escuchado, entonces podría pensar que la palabra no dicha en una relación de odio es otra forma de hablar.
Tratando de estructurar el tema, es necesario ubicarnos dentro de una estructura psíquica; la neurosis. Igualmente, ese “silencio” lo ubico en ese momento de privación de la agresividad de una palabra o un acto; el cual puede conllevar a la frustración, es decir: ¿por qué no dije tal cosa?, o ¿porque me quedé callado? Esa palabra no dicha en ese momento, conlleva a que siga resonando el por qué no quiso decirlo. Lo anterior me lleva a pensar en los términos “privación” y “frustración” como conceptos psicoanalíticos, estos relacionados con la “castración” y la castración relacionada con el Edipo; lo cual es aplicable dentro de la estructura psíquica de la neurosis.
De igual manera, se podría indagar si ese silencio es por “miedo”, “angustia” o “terror”. O, por otro lado, si hace parte de una “inhibición” al ser parte de un entramado sintomático neurótico. Si llegara a ser este último el caso, detrás de esa inhibición habría una trama a interpretar, y esto posiblemente daría cuenta de una escena infantil edípica.
Freud mencionaba que muchas veces sentimos “el peligro de perder el amor del objeto amado” (Freud, 1926), no obstante, si no estamos hablando del que se ama, si no del que se odia, en algunas ocasiones quizá no se quiere perder el objeto odiado, puesto que en ese odio podría haber un goce, tal como lo hay en el amor. Asimismo, Freud mencionaba que “en el intento de huida frente a un peligro exterior, no hacemos otra cosa que aumentar la distancia en el espacio entre nosotros y lo que nos amenaza” (Freud, 1926). Podríamos decir que vemos como amenaza a ese otro a quien se odia, o que el alimentar su escucha con las palabras que queremos decir, él las interpretaría de acuerdo a su enojo, y se convertiría en amenaza para nosotros, de tal manera es preferible el silencio.
Freud refiere que “La angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se la ahorra si el “yo” hace algo para evitar la situación o sustraerse de ella. Ahora se podría decir que los síntomas son creados para evitar el desarrollo de angustia, pero ello no nos procura una mirada muy honda. Es más correcto decir que los síntomas son creados para evitar la situación de peligro, que es señalada mediante el desarrollo de angustia” (Freud, 1926). Y esto podríamos decir que es el silencio ante ese que se odia, De tal modo Freud menciona que: la angustia “parece que se trata tan a menudo del peligro de la castración como de la reacción frente a una pérdida, una separación” (Freud, 1926). Entonces podríamos decir; a lo que puede conllevar el romper el silencio en ese momento, es a una pérdida del objeto odiado.
También se podría hablar de la omisión de palabras como forma de un posible castigo o venganza en el odio. Una palabra no dicha, un goce al ver el otro en espera de escuchar algo y el otro que guarda silencio, simplemente sonríe como manifestación de goce.
Referencias:
FREUD, S.: (1926) Inhibición, Síntoma y Angustia. Amorrortu, Bs. Aires, 1986.
RIVERA, G.: (2020) Del amor a la indiferencia.