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Eclipse

Carla Bravo-Reimpell

No siempre el cielo abierto es convocado a escuchar los resultados de una puesta al trabajo que lo ilumina. Entonces, se puede apuntar el telescopio a los eclipses, a las crisis que dan lugar a que algo del fenómeno que conllevan, que busca sin saberlo velar y oscurecer, alcance sin embargo cierta claridad. Esto, en ese instante en que el cuerpo eclipsante, en su movimiento, ofrezca su despeje. El vacío de sí que deja nos permite entonces palpar algo de ese agujero que, antes eclipsado, ahora puede insinuarse en el cielo.

Es así como en la clase D’écolage, y luego de restaurar para la Causa freudiana al cartel como su órgano de base, Lacan planteará que “ningún progreso se ha de esperar, salvo el de poner a cielo abierto, periódicamente, tanto los resultados como las crisis de trabajo” (1), dando de esta manera el mismo estatuto a la producciones de saber y a las elaboraciones referidas a los impasses.

Cuando el saber eclipsa

Paradójicamente, el saber que busca bordear lo que está más allá de él mismo, y que debería dar lugar a los productos de cartel, en ocasiones se constituye en el mismo cuerpo eclipsante: es esa cara del saber la que se acerca más a lo que es del orden de la identificación. Se trataría, siguiendo a Miller, del “sujeto que sabe colocado en posición de agente” (2), quien en una suerte de relación de amor con el saber que cree detentar y que lo identifica, opera para que los otros confirmen que él lo tiene en cada encuentro. Así, la elaboración de saber queda revocada, y en su lugar “¿qué es lo que… se produce sino un provocador?” (3), sin que se movilice transferencia de trabajo alguna.

La salida a esta encrucijada que se plantea al cartel en relación con la identificación al saber se encontraría en el deseo de saber: “más allá del amor al saber comienza el deseo de saber, que pasa por el trabajo para producir saber…”(4), dando lugar a la transferencia de trabajo como el principio de relación de los trabajadores decididos con la Escuela. Para que esto sea posible, debería despejarse en un cartel, como punto de entrada, ese rasgo con el cual cada cartelizante sostiene cierta inconsistencia en el lugar del Otro, luego el S(A/) podrá producir como consecuencia lógica el trabajo: “precisamente porque el Otro no sabe hay motivos para construir, demostrar que la verdad es efecto de significante” (5). En este sentido, se pasa a sostener con el saber una relación diferente a la del amor, una relación de puesta a prueba. 

Otro aspecto a considerar es la idea de que mientras más homogénea sea la constitución de los carteles, en términos de la relación de horizontalidad entre sus integrantes por cuenta de su saber, mejor van a funcionar. Me pregunto si la orientación de la Escuela es la de una comunidad analítica homogéneamente sectorizada, si esta idea no resucita a la reunión de sabios que Lacan contrarió en su Escuela, si no alimenta la noción de una formación parecida a la universitaria, donde se juega la estratificación de acuerdo al criterio del Otro sobre el saber de cada quien.  O, si por el contrario, no es lo múltiple lo que permite nutrir la vida de Escuela, fuente de encuentros sorpresivos y afortunados. Tomemos entonces lo afirmado por Lacan, “La jerarquía no se sostiene sino por administrar el sentido… Con lo que cuento es con el remolino. Y debo decirlo, con los recursos de doctrina acumulados en mi enseñanza”(6).

Cuando un evento eclipsa

¿Cómo entender la convocatoria que hace la Escuela para la formación de carteles con miras a un evento futuro? ¿Es acaso una demanda a la cual hay que responder como un fiel enamorado del discurso del amo-r?, ¿una propuesta a encadenar, en un feliz matrimonio, trabajo y evento?, ¿una invitación a constituir subjetivamente una pareja, para formalizar una relación con lo institucional? Los planes que animan esta bonita relación, sin embargo, pueden ser sacudidos: ¡el evento no acude al enlace y la unión se va a pique!

Si es un evento el que suscita la formación de un cartel, quizás haya que ir más allá de la ilusión que lo coloca como el motor que empuja el trabajo a desplegar. Esto, porque puede constituirse en un obstáculo cuando se le da el estatuto de razón del ser del cartel, y entonces la existencia de éste flaquea. Quizás sea necesario reconocer a los eventos como semblantes de lo que es en realidad agujero, y cuando éste se privilegia, el semblante -por muy atractivo que sea- se hace prescindible. Si por el contrario sostenemos nuestro requerimiento de lo que nos hace semblante, si nos cuesta dejarlo atrás, lo hecho correría el riesgo de permanecer en el terreno de lo asignado por el Otro.

En este deslinde entre eventos y carteles, quizás haya que interrogar también los tiempos que habitan a unos y otros, y que considero no tienen necesariamente por qué coincidir, en tanto implicaría la universalización del proceso de elaboración de cada cartelizante, en lugar de singularizarlo. Por eso, ¿cómo comprender que se dé por finalizado un cartel al cancelarse el evento, arguyendo que lo dictamina el Otro institucional, sino como una orientación que no es por lo real? Así las cosas, la constitución de un cartel dispone de un reloj propio que no se autodestruye por una indicación simbólica, sino que concluye -porque no tiene pretensión de eterno- y llegado el caso, antes que hacer responder al Otro por el fin de un cartel, ¡cuánto mejor es abrazar una disolución, que es esa invitada que responde al acto de los cartelizantes mismos, y no a la Eris que asusta, la que deja caer esa manzana llamada discordia! Ya Lacan subrayó el lugar que tiene la disolución dentro de su Escuela: “¿qué otra cosa da pruebas de mi formación que acompañarme en el trabajo, pues lo es, de la disolución?” (7). Entonces, la disolución da prueba de la formación.

Pienso que la riqueza del cartel radica de manera privilegiada, no en acercarnos a lecturas, a discusiones, a comprensiones teóricas -cosa ya de por sí muy valiosa- sino en ser un dispositivo en el que se puede comprobar la inconsistencia del Otro, siempre y cuando consintamos a una inscripción sin garantía de saberes acabados, de productos, de eventos y de no-impasses. Cuando Lacan enuncia el Acto de fundación, hace descansar al cartel no en las regulaciones del Otro -que por lo demás son mínimas- sino en su “estructura de recurrencia”, en la multiplicación de estas microsociedades y en la permutación de sus integrantes y funciones, lo que permite “servirse del lugar estructural del Nombre del Padre, del al menos uno, [para] prescindir de él” (8).

No hay relación sexual entre eventos y carteles, prefiero la idea de que los carteles avanzan en su soledad pero no sin habitar la Escuela. Podemos incluso decir que, más que convocar la formación de carteles, la Escuela los provoca, no más. Subjetivar esta provocación es consentir al cartel y hacerlo nuestra responsabilidad.

Referencias

(1) Lacan, J., “Decolaje o despegue de la Escuela”. http://eolcba.com.ar/wp-content/uploads/2017/06/b-Decolage-Lacan-1980-.pdf

(2) Miller, J.-A., “Cinco variaciones sobre el tema de ‘La elaboración provocada’”. https://www.wapol.org/es/las_escuelas/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=10&intEdicion=3&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=295&intIdiomaArticulo=1

(3) Idem

(4) Miller, J.-A., “Transferencia de trabajo”, El banquete de los analistas, Paidós,Buenos Aires, 2010, p.190.

(5) Miller, J.-A., “La enseñanza del psicoanálisis”, El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2010, p.177.

(6) Lacan, J., “El señor A”. http://eolcba.com.ar/wp-content/uploads/2017/06/c-El-Sr.-A.-J.-Lacan-1980-.pdf

(7) Lacan, J., “Decolaje o despegue de la Escuela”. http://eolcba.com.ar/wp-content/uploads/2017/06/b-Decolage-Lacan-1980-.pdf

(8) Miller, J.-A., “El Nombre del Padre o cómo valerse de él”, El banquete de los analistas. Paidós, Aires, 2010, p.142.